Eneroabril 2025
Vol. 4, No. 1, 143-155
DOI: https://doi.org/10.69516/m9f8jh22
Revista Científica Multidisciplinaria Ogma / Eneroabril 2025 / Vol. 4, No. 1, 143-155
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Educación emocional en la atención a la diversidad y la convivencia
escolar
Emotional education in addressing diversity and school coexistence
Mendoza Vera, Luis Rodolfo
1
https://orcid.org/0009-0005-3613-2835
luisr.mendozav@educacion.gob.ec
Unidad Educativa Vivian Luzuriaga
Vásquez
Ecuador
Simbaña Tupiza, Lola Piedad
3
https://orcid.org/0009-0004-8489-0692
lola.simbana@educacion.gob.ec
Unidad Educativa Fray Jodoco Ricke
Ecuador
Quishpe Farinango, Sandra Katherine
2
https://orcid.org/0009-0008-9071-2162
katherineq_15@hotmail.com
Universidad Central del Ecuador
Ecuador
Vásquez Hidalgo, Gloria del Rocío
4
https://orcid.org/0009-0000-6798-5471
gloria.vasquezh@educacion.gob.ec
Escuela de Educación Básica Oswaldo
Guayasamín
Ecuador
Villaprado Castro, Katerin Paola
5
kattyvillaprado_m@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0009-1566-2991
Universidad Central del Ecuador
Ecuador
1
Autor de correspondencia.
Recibido: 2025-01-27 / Aceptado: 2025-02-26 / Publicado: 2025-04-30
Forma sugerida de citar: Mendoza Vera, L. R., Quishpe Farinango, S. K., Simbaña Tupiza, L. P., Vásquez Hidalgo,
G. del R., & Villaprado Castro, K. P. (2025). Educación emocional en la atención a la diversidad y la convivencia
escolar. Revista Científica Multidisciplinaria Ogma, 4(1), 143-155. https://doi.org/10.69516/m9f8jh22
Resumen:
La convivencia escolar en contextos multiculturales enfrenta desafíos
persistentes debido a enfoques pedagógicos centrados únicamente en
el rendimiento académico, desatendiendo el desarrollo
socioemocional del alumnado. Este ensayo analiza cómo la
integración de la educación emocional puede favorecer la atención a
la diversidad y fortalecer la convivencia escolar. A partir del programa
PIECE y otras experiencias internacionales, se examina el rol de las
habilidades emocionales en la construcción de aulas inclusivas. Se
parte del reconocimiento de que la diversidad, lejos de ser una
dificultad, constituye una oportunidad pedagógica, siempre que
existan políticas y prácticas que valoren las diferencias y prioricen el
bienestar colectivo. El desarrollo del estudio vincula aportes teóricos
de la neurociencia, la pedagogía crítica y la educación intercultural,
enfatizando la necesidad de formar docentes emocionalmente
competentes. Además, se identifican barreras estructurales y
culturales que dificultan la implementación de estrategias efectivas,
tales como la falta de formación, recursos insuficientes y marcos
institucionales punitivos. Se concluye que la educación emocional,
integrada de forma transversal en la formación docente, el currículo y
las políticas escolares, es esencial para promover climas escolares
positivos, fomentar relaciones basadas en la empatía y prevenir
dinámicas de exclusión. El fortalecimiento de la corresponsabilidad
entre docentes, familias e instituciones se plantea como condición
clave para lograr una transformación educativa integral y sostenible,
orientada a la inclusión y la equidad.
Palabras clave: Diversidad, Convivencia escolar, Inclusión,
Inteligencia emocional, Formación docente.
Abstract:
School coexistence in multicultural contexts faces persistent
challenges due to pedagogical approaches focused solely on
academic performance, neglecting the socioemotional development of
students. This essay analyzes how the integration of emotional
education can favor attention to diversity and strengthen school
coexistence. Based on the PIECE program and other international
experiences, it examines the role of emotional skills in the construction
of inclusive classrooms. It is based on the recognition that diversity, far
from being a difficulty, constitutes a pedagogical opportunity, as long
as there are policies and practices that value differences and prioritize
collective well-being. The development of the study links theoretical
contributions from neuroscience, critical pedagogy and intercultural
education, emphasizing the need to train emotionally competent
teachers. In addition, structural and cultural barriers are identified that
hinder the implementation of effective strategies, such as lack of
training, insufficient resources and punitive institutional frameworks. It
is concluded that emotional education, integrated transversally in
teacher training, curriculum and school policies, is essential to promote
positive school climates, foster relationships based on empathy and
prevent exclusion dynamics. The strengthening of co-responsibility
among teachers, families and institutions is a key condition for
achieving a comprehensive and sustainable educational
transformation, oriented towards inclusion and equity.
Keywords: Diversity, School coexistence, Inclusion, Emotional
intelligence, Teacher training.
Eneroabril 2025
Vol. 4, No. 1, 143-155
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1. INTRODUCCIÓN
La educación emocional emerge como eje fundamental para gestionar la diversidad
cultural en las aulas, promoviendo climas inclusivos donde la empatía y el autocontrol actúan
como amortiguadores de conflictos. Investigaciones recientes subrayan que la integración
sistemática de competencias socioafectivas en el currículo no solo mejora la convivencia, sino
que fortalece la resiliencia estudiantil frente a entornos complejos (PIECE [Programa De
Inteligencia Emocional Para La Convivencia Escolar], 2008; Ministerio de Educación de Ecuador,
2020). Programas como el PIECE evidencian que el entrenamiento en regulación emocional
reduce conductas disruptivas y fomenta valores democráticos, aunque su impacto depende de
políticas públicas que prioricen la formación docente y la participación comunitaria.
En entornos multiculturales, la educación emocional actúa como un puente para
comprender necesidades individuales y fortalecer la cohesión grupal. Según estudios recientes,
este enfoque permite profundizar en el conocimiento de sí mismo mediante la autorregulación y
la empatía (Ministerio de Educación de Ecuador, 2020), un principio esencial para construir
relaciones basadas en el respeto a la diversidad. Investigaciones como las de (Bracho, 2021)
confirman que la motivación y la toma de decisiones en el aula están directamente vinculadas a
la gestión emocional, lo cual impacta tanto en el rendimiento académico como en la calidad de
las interacciones sociales. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia
y la Cultura (UNESCO, 2023) añade que la integración explícita de habilidades socioemocionales
en el currículo escolar fomenta entornos inclusivos donde la diversidad se convierte en un activo
pedagógico.
Desde la neurociencia, se explica cómo la cooperación activa circuitos cerebrales
asociados a la recompensa, liberando dopamina y oxitocina, neurotransmisores que generan
bienestar y motivación (Bracho, 2021). Por el contrario, ambientes tóxicos o con estrés crónico
activan la amígdala, desencadenando respuestas defensivas como irritabilidad o aislamiento
(Armstrong & Sandoval, 2023). Esto subraya la urgencia de formar docentes emocionalmente
competentes, capaces de modelar conductas prosociales y gestionar conflictos con asertividad.
Los educadores con alta inteligencia emocional transforman tensiones en oportunidades
pedagógicas, especialmente al trabajar con alumnos disruptivos o padres resistentes.
La madurez emocional en los docentes no solo preserva su salud mental, sino que
también optimiza el clima escolar. Programas que incorporan a las familias, como los descritos
en de Flores (2024), demuestran que la corresponsabilidad entre padres y educadores es vital
para sostener prácticas inclusivas. Además, la educación socioemocional, según el Ministerio de
Educación (2024), se requiere un llamado a la corresponsabilidad de las familias y docentes,
enfatizando que la formación emocional debe ser transversal y comunitaria.
La relación entre diversidad y emociones adquiere mayor complejidad al considerar
factores como los anti valores peyorativos familiares que perpetúan exclusión (Vílchez et al.,
2023). Frente a esto, una educación emocionalmente positiva inculca la capacidad de expresar
verazmente opiniones y escuchar las de los demás lo que facilita la comunicación efectiva en
aulas heterogéneas. Esto se alinea con el concepto de accesibilidad emocional propuesto por
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Villaescusa (2022), quien afirma que una escuela inclusiva debe ser un espacio donde nadie
puede abusar de otra persona, siendo respetadas las opiniones.
Por otro lado, la neurociencia aporta evidencia sobre cómo la colaboración estimula la
creatividad docente mediante la activación de redes neuronales asociadas a la confianza
(Bracho, 2021). En contraste, entornos laborales disfuncionales no solo afectan el bienestar de
los educadores, sino que limitan su capacidad para implementar estrategias pedagógicas
innovadoras. Como advierte Flores (2024) en la elaboración de programas estructurados en
dimensiones como el autocontrol de la ira o el desarrollo de competencias empáticas son
indispensables para romper ciclos de violencia escolar.
Para comprender mejor la relevancia de la educación emocional en la atención a la
diversidad, es necesario abordar también los fundamentos neurocientíficos que explican cómo
las emociones influyen en el aprendizaje y en las relaciones sociales. Este enfoque integral, que
vincula neurociencia, psicología y pedagogía, posiciona a la educación emocional como un pilar
para construir comunidades educativas donde la diversidad sea catalizadora de aprendizaje
colectivo. La neurociencia ha demostrado que las emociones participan activamente en los
procesos cognitivos, afectando la memoria, la atención, la toma de decisiones y la empatía
(Bracho, 2021). Cuando los estudiantes experimentan emociones positivas, se activan redes
neuronales asociadas a la confianza y la motivación, lo que facilita la adquisición de
conocimientos y habilidades sociales.
En contraste, ambientes escolares caracterizados por el estrés, la ansiedad o la
inseguridad pueden provocar la activación de respuestas neurobiológicas de amenaza, que
limitan la capacidad de aprendizaje y fomentan conductas disruptivas. Por ello, diseñar
estrategias pedagógicas que fomenten la regulación emocional y el bienestar socioemocional es
fundamental para atender eficazmente la diversidad, promoviendo la inclusión y la participación
activa de todos los alumnos. En este sentido, se plantea como objetivo analizar el impacto de la
educación emocional en la atención a la diversidad y la mejora de la convivencia escolar en
contextos multiculturales, destacando la importancia de su integración en la formación docente y
en las políticas educativas inclusivas.
2. DESARROLLO
La idea y puesta en práctica de la educación emocional en las escuelas ha ido
evolucionando con el tiempo, respondiendo a la necesidad de que los niños y jóvenes no solo
adquieran conocimientos académicos, sino también habilidades socioemocionales esenciales
para llevar una vida social armónica y sentirse bien consigo mismos. Sus orígenes están en
teorías psicológicas y pedagógicas que destacan la importancia de las emociones en el
crecimiento completo de las personas (UNESCO, 2023). Estas habilidades, conocidas también
como habilidades socioemocionales, incluyen la empatía, la autorregulación, la conciencia
emocional y la resiliencia, que permiten a los estudiantes gestionar eficazmente sus sentimientos
y relaciones interpersonales, contribuyendo a una cultura escolar más inclusiva.
A principios del siglo XX, pensadores como Edward Thorndike y John Dewey resaltaron
que las experiencias afectivas tenían un papel importante en la educación, aunque todavía
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predominaba la idea de que el aprendizaje debía centrarse principalmente en lo cognitivo. No fue
hasta los años 90, cuando Daniel Goleman popularizó el concepto de inteligencia emocional, que
empezó a tomarse en serio esta idea. La inteligencia emocional, según Goleman, consiste en la
capacidad de gestionar nuestras emociones y entender las de los demás, y se vio que se podía
mejorar mediante ciertos métodos en la enseñanza, permitiendo que se incorporara en los
programas escolares. Esto llevó a que en muchos países se empezaran a crear enfoques
educativos para enseñar habilidades emocionales, como la regulación de emociones, la empatía
y la competencia emocional (Bisquerra, 2005).
La UNESCO, desde principios de los 2000, ha promovido la inclusión de programas de
educación emocional para fomentar valores como la paz, la tolerancia y la buena convivencia en
comunidades diversas. Diversos estudios han demostrado que este tipo de educación ayuda a
reducir conductas violentas y a mejorar las relaciones en el aula, favoreciendo ambientes más
respetuosos y colaborativos (Villaescusa, 2022). En América Latina, en los últimos años, algunos
países han comenzado a integrar oficialmente estas ideas en sus políticas educativas,
reconociendo que la escuela es un espacio clave para formar personas de manera integral. Sin
embargo, todavía hay obstáculos, como la resistencia cultural, la falta de capacitación entre los
maestros y pocos recursos disponibles.
La historia de la educación emocional refleja un cambio importante en la forma en que
entendemos la enseñanza, poniendo énfasis en desarrollar habilidades sociales y emocionales
para lograr una convivencia pacífica y equitativa en las escuelas de hoy en día.La educación
emocional como base para que exista una verdadera inclusión va más allá de simplemente
reconocer la diversidad en las aulas, requiere estrategias que innoven y adapten el proceso
académico, social y emocional tanto para los estudiantes como para los docentes. Como
mencionan Vílchez, et al. (2023), la educación emocional ayuda a que las personas puedan
expresar sus opiniones con sinceridad y también escuchar a los demás sin juzgar. Por eso,
programas como el PIECE son tan útiles para el desarrollo de habilidades sociales asertivas y
maduras.
El modelo PIECE busca desarrollar habilidades emocionales y sociales en los
estudiantes, con el fin de mejorar la convivencia escolar y reducir conflictos. Además, está
alineado con el Plan de Acción 2030 de España, que busca promover valores como la dignidad
humana, la igualdad y la participación a través de competencias socioemocionales, aunque el
PIECE nació como una propuesta específica, comparte principios con otros programas
internacionales de educación socioemocional que ya han demostrado ser efectivos en lugares
con diversidad cultural. Por ejemplo, iniciativas como Cloud9world, en Estados Unidos y ahora
presentes en 25 países, o el programa INTEMO en España, están centrados en gestionar
emociones de manera proactiva y resolver conflictos de forma colaborativa, adaptándose a las
realidades migratorias y culturales (Valdespino & Montenegro, 2020).
Esto demuestra que el modelo del PIECE, al enfatizar la importancia de reconocer la
diversidad como un valor ético, está en sintonía con las tendencias educativas internacionales
que vinculan la inteligencia emocional con la inclusión. El éxito de este tipo de programas también
depende, en gran medida, de las competencias emocionales de los docentes, ya que son ellos
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quienes facilitan las actividades prácticas. Para implementarlas adecuadamente como, por
ejemplo, el uso del juego de roles para el manejo de la ira, los educadores deben estar
emocionalmente preparados para gestionar las emociones y conductas tanto propias como de
sus estudiantes. Según Bisquerra (2005), el desarrollo de la competencia emocional docente es
esencial para promover un clima de aula positivo y prevenir dinámicas de exclusión. Asimismo,
Brackett et al. (2012) sostienen que cuando los docentes tienen una alta capacidad de
autorregulación emocional y emplean la escucha activa, se favorece la convivencia y se
construyen aulas resilientes e inclusivas. Por ello, la formación emocional del profesorado es un
elemento clave para que iniciativas como el PIECE se consoliden y logren generar espacios en
los que todos los estudiantes se sientan protagonistas de su propio aprendizaje y desarrollo.
El éxito del modelo PIECE como una herramienta para transformar la educación radica
en su capacidad para unir neurociencia, pedagogía y gestión emocional de los docentes. Cuando
los profesores, formados en habilidades socioemocionales, llevan a cabo actividades como el
role-playing para aprender a manejar la ira. Es fundamental crear espacios donde el trabajo en
equipo ayuda a liberar dopamina, lo que aumenta la motivación y el bienestar, al mismo tiempo,
evitan que se active la amígdala, relacionada con ambientes tóxicos y pocos saludables para el
desarrollo de habilidades blandas, el aprendizaje de los alumnos y las estrategías de enseñanza
de los docentes.
Esta conexión entre nuestra biología neurocerebral y la forma en que enseñamos explica
por qué países como Chile, España y Estados Unidos están invirtiendo en formar docentes en
inteligencia emocional. Solo quienes saben gestionar sus emociones pueden transmitir empatía
y convertir los conflictos en oportunidades para aprender, siguiendo las políticas curriculares
actuales (Ministerio de Educación, 2024). Por eso, que el PIECE funcione bien no depende solo
de su diseño, sino también de que los docentes vivan realmente sus principios, logrando que las
aulas sean espacios donde la diversidad emocional y cultural sirva como motor para crecer junto
con resiliencia. La falta de habilidades socioemocionales e interculturales en los docentes es un
factor clave en la escalada de conflictos en aulas diversas. Investigaciones recientes muestran
que los docentes sin formación en gestión emocional o mediación intercultural tienden a recurrir
con frecuencia a métodos autoritarios, como castigos, gritos o sanciones unilaterales, lo que
agrava las tensiones en contextos multiculturales (Armstrong & Sandoval, 2023).
Por otro lado, el marco teórico que sustenta la educación emocional en el contexto de la
atención a la diversidad también se apoya en los enfoques de pedagogía crítica y educación
intercultural. Estos enfoques reconocen que la escolaridad debe ser un espacio donde se valoren
y respeten las diferencias culturales, lingüísticas, sociales y espirituales de todos los estudiantes.
La inclusión de la dimensión emocional en estos enfoques permite no solo desarrollar
competencias académicas, sino también promover un ambiente donde las diferencias sean vistas
como una fortaleza y la diversidad, como un recurso enriquecedor. La teoría intercultural, en
particular, destaca la importancia de preparar a docentes y estudiantes para interactuar
respetuosamente en contextos multiculturales, promoviendo la empatía y la comprensión mutua.
Es en este marco que la educación emocional se vuelve esencial para transformar las relaciones
en las aulas y garantizar una convivencia respetuosa y equitativa.
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Vol. 4, No. 1, 143-155
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Esta situación empeora cuando las metodologías pedagógicas priorizan solo los
resultados académicos, generando ambientes de competencia poco saludable, donde las
comparaciones en notas y la estandarización de aprendizajes terminan invisibilizando las
necesidades reales de los niños y jóvenes. Además, hay una brecha significativa entre lo que
ocurre en la escuela y la vida familiar: estudiantes provenientes de entornos disfuncionales o con
poco apoyo emocional en casa tienden a repetir conductas disruptivas, perpetuando ciclos de
exclusión (Salazar, 2023). Los docentes que no tienen entrenamiento en inteligencia emocional
suelen ver la diversidad como una amenaza al control del aula y optan por estrategias punitivas.
Estudios como los de Salazar (2023), demuestran que esta actitud solo aumenta la
resistencia de los estudiantes y limita el desarrollo de habilidades sociales y respetuosas. En
contraste, programas como el PIECE o iniciativas como Hand in Hand fomentan el diálogo
restaurativo, en el que estudiantes y profesores trabajan juntos para crear normas de convivencia
a través de consensos. La presión de las instituciones por cumplir con estándares académicos
lleva a muchos docentes a descuidar los procesos emocionales que están en la base del
aprendizaje. Como señala Bracho (2021) las aulas centradas únicamente en el rendimiento
generan estrés crónico, que activa la amígdala y bloquea funciones cognitivas superiores. Esto
explica por qué los estudiantes en entornos muy competitivos tienden a presentar más ansiedad
y conductas disruptivas. La sobrecarga de responsabilidades educativas en las familias, muchas
veces por estar desbordadas o atravesar conflictos, profundiza las desigualdades.
Los estudiantes que carecen de figuras de apego seguro en casa suelen tener baja
tolerancia a la frustración, y expresan su malestar con agresiones verbales o físicas. Programas
que incluyen talleres para padres, como los que se describen en el Repositorio UPSE de Flores
(2024), muestran que la co-responsabilidad en la educación ayuda a reducir estas conductas.
Los docentes que no cuentan con formación intercultural pueden, sin querer, perpetuar
microagresiones diarias, como burlas por el acento o ignorar tradiciones, que normalizan la
exclusión.
La gestión de la diversidad y la convivencia en el aula requiere un enfoque sistémico que
vincule políticas institucionales, prácticas pedagógicas y desarrollo emocional. En primer lugar,
la corresponsabilidad entre escuela y familia emerge como un factor determinante: programas
como los descritos en la investigación de Flores (2024) evidencian que talleres para padres
fortalecen habilidades parentales, lo que reduce conductas disruptivas en estudiantes con baja
tolerancia a la frustración. Sin embargo, esta estrategia pierde eficacia si los docentes carecen
de formación intercultural, perpetuando microagresiones que erosionan la inclusión. Como
señala (Moral et al., 2020), burlas por acento o la invisibilización de tradiciones minoritarias
generan exclusión simbólica, un fenómeno que solo se revierte mediante capacitación docente
en pedagogía crítica intercultural.
Este panorama resalta que, para gestionar de manera efectiva la diversidad y la
convivencia en el aula, las políticas institucionales deben centrarse tanto en la formación de los
docentes como en fortalecer los vínculos con las familias. Es fundamental potenciar las
habilidades parentales, apoyándose en una capacitación en pedagogía crítica intercultural que
prepare a los docentes para enfrentar las microagresiones y crear entornos más inclusivos (Moral
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et al., 2020). Por ello, la responsabilidad de la gestión educativa es diseñar e integrar políticas
que aborden estos aspectos, asegurando un enfoque integral que promueva la inclusión efectiva
mediante la capacitación docente, el compromiso de las familias y prácticas coherentes en las
actividades pedagógicas y en las normativas del país.
Además de capacitar a los docentes y fortalecer la participación de los padres, las
instituciones deben adoptar una visión estratégica que dé prioridad a la salud mental y al
bienestar socioemocional como pilares esenciales de la educación. Implementar políticas que
fomenten ambientes escolares emocionalmente sanos requiere recursos adecuados, formación
continua y un marco normativo que apoye prácticas inclusivas y preventivas. Como señala
(Bracho, 2021), enfocarse solo en el rendimiento académico crea ambientes competitivos que
incrementan la ansiedad y el estrés en los estudiantes, perjudicando su desarrollo integral y sus
resultados. Por eso, programas como PIECE y Hand in Hand, que promueven la mediación y la
resolución pacífica de conflictos, deben formar parte de una política educativa que integre de
manera transversal el bienestar emocional, logrando una convivencia más armoniosa y
aprendizajes más significativos.
Por otro lado, institucionalizar estas políticas requiere una coordinación entre diferentes
instituciones y actores sociales, como organizaciones comunitarias y el sector salud. La
incorporación de formación en inteligencia emocional e interculturalidad en el currículo, junto con
sistemas de evaluación continua, ayuda a establecer metas claras y medibles que muestren
avances en la convivencia escolar y en la salud mental de toda la comunidad educativa. Como
indica el Ministerio de Educación de Chile (2021), invertir en presupuestos específicos y en
monitoreo constante es clave para que estas políticas sean efectivas, promoviendo un cambio
de paradigma que pase de un modelo punitivo a uno formativo, centrado en el desarrollo integral
de los estudiantes.
Por último, la gestión educativa enfrenta el reto de balancear los estándares académicos
con el bienestar socioemocional. Cuando se privilegian modelos de evaluación rígidos, como
muestran estudios de (Bracho, 2021), el estrés crónico activa respuestas neurobiológicas de
defensa en los estudiantes que bloquean su aprendizaje. En cambio, el diálogo restaurativo y la
creación conjunta de normas para convivir fomentan la empatía y reducen conflictos. Esto
evidencia que las políticas públicas deben ir s allá de las palabras: la incorporación de la
inteligencia emocional en el currículo, como en Chile y Ecuador, requiere presupuestos
específicos y evaluación constante de los resultados.
En cuanto a los enfoques curriculares, modelos homogeneizadores no solo marginan a
estudiantes con necesidades diversas, sino que ignoran el potencial pedagógico de la diversidad.
Frente a esto, el Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) propone adaptaciones flexibles que
respetan estilos cognitivos y bagajes culturales, un principio respaldado por la neurociencia al
vincular la motivación con la liberación de dopamina. No obstante, su implementación requiere
docentes capacitados en diferenciación pedagógica y herramientas tecnológicas accesibles, dos
áreas donde persisten brechas en contextos rurales y marginales.
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En el plano institucional, el clima escolar se construye mediante prácticas concretas. Por
ejemplo, escuelas que incluyen a estudiantes en la creación de normas de convivencia reportan
menores índices de acoso, ya que fomentan un sentido de pertenencia colectiva (Salazar, 2023).
Este hallazgo se alinea con investigaciones que destacan la inteligencia emocional como
predictor de convivencia: estudiantes que gestionan adecuadamente el estrés muestran mayor
capacidad para resolver conflictos de manera pacífica (Cacñahuaray & Matalinares, 2025). Sin
embargo, como advierte (Armstrong & Sandoval, 2023), sin políticas que prioricen la salud mental
docente, incluso las mejores estrategias pierden eficacia, pues educadores con burnout
reproducen dinámicas autoritarias.
Para avanzar hacia aulas verdaderamente inclusivas, es necesario un cambio de
paradigma administrativo. En primer lugar, la formación docente debe integrar competencias
duales: gestión emocional (autoconciencia, regulación del estrés) e interculturalidad crítica
(deconstrucción de estereotipos, pedagogía antirracista). En segundo lugar, las políticas de
evaluación deben reemplazar indicadores punitivos por sistemas formativos que valoren la
metacognición y la colaboración. Finalmente, la participación comunitaria debe institucionalizarse
mediante mesas de trabajo que incluyan a familias, estudiantes y líderes locales en la toma de
decisiones.
Tabla 1.
Políticas públicas que integran inteligencia emocional
Encabezado
Política Nacional de
Convivencia Escolar (Ecuador)
Prevención de la violencia: Mediante protocolos contra el
acoso y discriminación, con énfasis en la erradicación de
sesgos de género.
Enfoque formativo: Prioriza el aprendizaje de habilidades
socioemocionales (empatía, autorregulación) sobre medidas
punitivas.
Participación comunitaria: Involucra a familias y estudiantes
en la construcción de acuerdos de convivencia, reconociendo
que la diversidad cultural requiere soluciones colectivas.
Plan de Gestión de la
Convivencia Escolar (Chile)
Inclusión como eje transversal: Obliga a las instituciones a
garantizar acceso equitativo a estudiantes en situación de
vulnerabilidad.
Inteligencia emocional en el currículo: Incluye talleres
obligatorios sobre gestión de emociones y resolución pacífica
de conflictos
.
Políticas europeas y el
programa INTEMO
- Aunque no se menciona explícitamente en las fuentes, el
contexto previo alude a modelos como INTEMO (España),
que entrenan a docentes en habilidades socioemocionales
mediante técnicas como role-playing y mindfulness. Estas
iniciativas se alinean con el Plan de Acción 2030 de la
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UNESCO, que promueve la educación emocional como
herramienta para la paz.
Nota. El número de columnas dependerá del autor, no obstante, se solicita que la tabla no se extienda
más allá de los márgenes. Solo añadir líneas horizontales.
Las políticas públicas que fomentan la inteligencia emocional, como el Plan de
Convivencia Escolar de Chile (2021), la Política Nacional de Ecuador (2024) y las aplicaciones
del PIECE y Hand in Hand en Europa, muestran claramente cómo un nuevo enfoque en la gestión
educativa genera nuevas acciones concretas. Estas políticas, que incluyen formación docente
en gestión emocional e interculturalidad crítica, y sistemas de evaluación que fomentan el
aprendizaje colaborativo, demuestran que cambiar indicadores punitivos por metodologías que
consideren la metacognición puede mejorar la inclusión en las aulas. Sin embargo, lograr ese
cambio no es fácil; enfrentamos barreras sistémicas como la resistencia al cambio en las
comunidades educativas tradicionales o las limitaciones estructurales de las instituciones,
aspectos que influyen en contextos multiculturalidad de manera compleja.
La resistencia en las comunidades educativas, especialmente entre los maestros con
formación tradicional, puede ser un obstáculo para poner en marcha estrategias que promuevan
la inteligencia emocional para gestionar la diversidad. Como indican estudios de (Bracho, 2021)
y (Armstrong y Sandoval, 2023), muchos docentes que no están preparados en temas de
regulación emocional tienden a usar métodos autoritarios, lo que solo empeora los conflictos en
aulas con diferentes culturas y necesidades, esta resistencia aumenta cuando las instituciones
enfocan más en los resultados académicos que en el aspecto socioemocional.
Por otro lado, las limitaciones en las instalaciones físicas de las escuelas como aulas
demasiado llenas, falta de espacios para conversar o recursos tecnológicos insuficientes,
dificultan la aplicación de metodologías que priorizan la inteligencia emocional. Según
Cacñahuaray y Matalinares (2025), estos entornos estresantes pueden generar en estudiantes y
docentes respuestas de defensa que impiden el aprendizaje en equipo. La falta de espacios
específicos para actividades socioemocionales, como círculos restaurativos, impide trabajar en
habilidades como la autorregulación o la resolución pacífica de conflictos. Esto refuerza en
general dinámicas excluyentes, especialmente en lugares con muchas diferencias culturales o
socioeconómicas, donde la infraestructura pobre suele coincidir con mayores necesidades
emocionales. Aunque metodologías innovadoras, como el Diseño Universal para el Aprendizaje
(DUA), ofrecen muchas ventajas, necesitan de espacios adecuados y recursos tecnológicos para
funcionar bien, algo que muchas escuelas aún no tienen por falta de financiamiento.
La combinación de resistencia al cambio en los docentes, padres de familia y problemas
en las instalaciones crea un ciclo negativo que profundiza las desigualdades. En las escuelas
más marginadas, los maestros tienden a repetir prácticas que no consideran las emociones ni
las necesidades específicas de los estudiantes vulnerables, reproduciendo ciertas
desigualdades. Promover modelos como el DUA requiere políticas públicas que apoyen tanto la
formación en inteligencia emocional como la mejora de la infraestructura escolar, como propone
la UNESCO (2023) en sus guías para aulas más inclusivas.
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3. CONCLUSIONES
Transformar la diversidad en oportunidad exige superar la dicotomía entre rendimiento
académico y desarrollo emocional. Como demuestran las experiencias del PIECE y el DUA, solo
una gestión educativa holística respaldada por evidencia neurocientífica y compromiso político,
puede construir aulas donde la diferencia sea motor de innovación y justicia social. La
administración educativa puede transformar la diversidad en un motor de innovación pedagógica
mediante políticas que combinen inteligencia emocional, participación comunitaria y enfoques
interculturales. Programas como el PIECE o la Política Nacional para la convivencia escolar en
Ecuador son modelos replicables, pero requieren voluntad política y financiamiento sostenido
para escalar su impacto.
A pesar de los avances teóricos y las políticas públicas implementadas, en la práctica
educativa aún existen desafíos considerables para lograr una convivencia armónica en contextos
multiculturales. La experiencia en aulas que han adoptado metodologías como el PIECE
demuestra que la capacitación en inteligencia emocional y la activación de espacios participativos
generan cambios positivos, pero estos requieren de un seguimiento constante y de recursos
adecuados. Estudios recientes evidencian que el simple desarrollo de talleres no basta si no se
acompañan de una cultura institucional que valore y promueva la empatía y el respeto.
Asimismo, la interacción entre docentes, estudiantes y familias debe potenciarse
mediante estrategias concretas como las asambleas de convivencia, mediaciones interculturales
y el uso de tecnologías que faciliten la comunicación y el aprendizaje emocional. De esta forma,
se fortalece la creación de un clima escolar inclusivo y resiliente, capaz de responder a las
diversidades culturales y emocionales de los estudiantes. Sin embargo, aún persisten carencias
estructurales y formativas que limitan el alcance de estas acciones, y que deben abordarse desde
una política educativa integral que dé soporte a los docentes en su labor diaria.
La educación emocional emerge en la actualidad como un pilar fundamental para
enfrentar los retos que se presentan en el ámbito escolar, particularmente en contextos de alta
diversidad cultural. A lo largo de este ensayo, hemos explorado cómo la integración de
habilidades socioemocionales no solo enriquece el proceso educativo, sino que también se
traduce en ambientes más inclusivos, donde el respeto por la diversidad se convierte en una
norma arraigada. La enseñanza tradicional, que a menudo prioriza el rendimiento académico por
encima del desarrollo emocional de los estudiantes, se ha mostrado insuficiente para abordar de
manera efectiva las complejidades de la convivencia escolar en sociedades cada vez más
multiculturales.
Un aspecto central resaltado en este análisis ha sido la necesidad de un cambio
paradigmático en la formación docente. La incorporación de la inteligencia emocional en la
capacitación de educadores no es solo deseable, sino esencial. Los docentes que desarrollan
competencias emocionales, tales como la autorregulación, la empatía y la capacidad de fomentar
la cohesión grupal, están mejor preparados para modelar conductas prosociales y gestionar
conflictos en el aula. Esto se traduce en un clima escolar más positivo, donde los alumnos se
sienten seguros y valorados, lo que favorece su rendimiento académico y su bienestar integral.
Eneroabril 2025
Vol. 4, No. 1, 143-155
DOI: https://doi.org/10.69516/m9f8jh22
Revista Científica Multidisciplinaria Ogma / Eneroabril 2025 / Vol. 4, No. 1, 143-155
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Además, se ha evidenciado que programas como el PIECE han demostrado ser efectivos
al promover habilidades sociales que facilitan la convivencia armónica. Estos programas no solo
benefician a los estudiantes, sino que también involucran a las familias y comunidades,
destacando la importancia de la corresponsabilidad en la educación emocional. La colaboración
entre padres, educadores y líderes comunitarios es vital para crear un entorno que apoye el
desarrollo emocional y académico de todos los estudiantes. La implementación de estrategias
que incorporen la voz y la participación de la comunidad se presenta como una práctica replicable
y efectiva para mejorar la inclusión y la convivencia.
Por el contrario, los avances en la teoría y práctica de la educación emocional deben ser
acompañados de un compromiso político real y sostenido. La falta de recursos, la resistencia
cultural y la ausencia de políticas prioritarias en salud mental para docentes son obstáculos que
deben ser superados si se quiere garantizar el éxito de las iniciativas de educación emocional.
Para que la transformación educativa sea significativa, es crucial que las instituciones educativas
cuenten con el respaldo necesario para llevar a cabo programas de capacitación continua, así
como la implementación de políticas que valoren y promuevan la salud mental docente. Esto no
solo beneficiará a los educadores, sino que también impactará directamente en la calidad
educativa y en la experiencia de los estudiantes en las aulas.
Adicionalmente, esta investigación ha puesto de manifiesto que la educación emocional
no es una mera estrategia pedagógica, sino un compromiso ético hacia la construcción de un
futuro s inclusivo y equitativo. Reconocer la importancia de cultivar emociones saludables,
desarrollar habilidades de comunicación efectiva y promover el entendimiento multicultural son
acciones que impactan no solo el ámbito escolar, sino también la sociedad en su conjunto. En
un mundo donde la diversidad se celebra y se vive, es imprescindible que las escuelas funcionen
como microcosmos de convivencia y respeto, capacitando a los estudiantes para ser ciudadanos
empáticos y responsables.
En conclusión, para que la educación emocional cumpla con su potencial transformador,
es fundamental que se adopten enfoques holísticos que integren la teoría con la práctica. La
atención a la diversidad debe ser vista como una oportunidad de innovación pedagógica y no
como un desafío que limita el aprendizaje. Solo a través de la voluntad política, la formación
adecuada de docentes y el implicar a la comunidad en el proceso educativo, se podrá asegurar
que todos los estudiantes, independientemente de sus antecedentes culturales o
socioemocionales, tengan acceso a una educación que les permita desenvolverse en un mundo
complejo. La construcción de aulas inclusivas, donde la diferencia es entendida como una
fortaleza, es una meta que debe ser priorizada en la agenda educativa para avanzar hacia una
sociedad más justa y equitativa.
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